Las cortes europeas a menudo contaban con teatros en donde se ejecutaban óperas frecuentemente. Más adelante se establecieron teatros que ofrecían óperas para el público general, que pagaba una suscripción mensual para un palco o compraba una boleta general. En estos teatros, el empresario corría con todos los riesgos comerciales de contratar compositores (quienes eran a su vez los directores de orquesta), cantantes, músicos, escenógrafos y diseñadores de vestuario. 

Las óperas se adaptaban a los cantantes que estuvieran de moda y los compositores tenían que producir material nuevo o adaptar obras anteriores para mantener el interés del público. Debido a este interés comercial, las óperas barrocas producidas para los teatros públicos en Europa llegaron a ser obras de proporciones gigantescas, llenas de maquinarias teatrales, efectos, argumentos rebuscados y sobre todo música de gran virtuosismo destinada a hacer sobresalir a los solistas quienes eran siempre el centro de atención. 

En la Nueva Granada, por ejemplo, la española Doña María de los Remedios Aguilar de Cebollino y la Marquesa Doña Rafaela Isazi de Lozano, conocidas como La Cebollino y La Jerezana se presentaban con frecuencia en el primer teatro de Santafé llamado El Coliseo de Comedias Ramírez, ubicado en el lugar que hoy ocupa el Teatro Colón, seguramente interpretando las arias de moda en Europa; el teatro contaba con una orquesta conformada por dos violines, dos flautas, dos clarinetes y dos trompas, dirigida por Pedro Carricarte.